martes, 12 de mayo de 2015

MI HIJO PUEDE, PERO NO QUIERE

MI HIJO PUEDE, PERO NO QUIERE


He vuelto a escuchar a una madre pronunciar estas palabras al respecto de la trayectoria académica de su hijo, que no es buena y tiene muy preocupados a los padres: “Mi hijo puede,  pero no quiere”. Sin embargo, esta vez he recordado rápidamente el curso sobre Inteligencia Emocional al que he asistido recientemente a cargo de Mar Romera —una gran “seño” para sus alumnos, seguro, y para todo aquel que quiera escucharla porque es muy inspiradora— y he cambiado los consejos que suelo dar.
En estos casos, solemos recomendar a los padres que hablen con sus hijos para establecer una planificación. Al principio aquellos pueden supervisar que se cumpla, acompañar a los hijos o echarles una mano si ven que lo pueden necesitar. Se ha de valorar positivamente tanto el esfuerzo como cualquier buen resultado que consiga para mantener la motivación. Además, se pueden ofrecer pequeñas recompensas a muy corto plazo con tareas muy concretas para que la motivación de logro sea tangible. Sigo pensando que estas actuaciones son adecuadas, pero es cierto que en muchas ocasiones es difícil mantener el esfuerzo y los estudiantes vuelven a la situación previa.
En este caso, las palabras de Mar Romera nos recuerdan que el cerebro del alumno se puede encontrar bloqueado por emociones o sentimientos negativos (miedo, rabia, culpa, tristeza) que lo sitúan lejos de una plataforma que favorezca el aprendizaje. Los alumnos saben lo que hay que hacer; por eso, cuando les damos una “charla” responden perfectamente e, incluso, se comprometen a hacerlo. No obstante, su estado emocional no les permite cumplir.
Estas sensaciones negativas pueden tener causas muy diversas, y no vamos a entrar en cuáles pueden ser. Lo que conviene es conseguir cambiar de plataforma emocional al alumno para que se sitúe en la que sí le va a permitir trabajar y aprender. Esa plataforma ha de nutrirse de las siguientes emociones (R. Aguado):
-          curiosidad, que provoca la investigación;
-          la seguridad, control;
-          admiración, la cual genera imitación;
-          alegría, favorece la permanencia y la constancia.
Y, ¿cómo provocamos estas emociones para que nuestros hijos o alumnos se trasladen a esta plataforma positiva? Hemos de ser creativos, comprensivos y pacientes, a la vez que seguros y confiados de las posibilidades de nuestros chicos. Las soluciones pasan, por poner algunos ejemplos:
-           mostrarles las relaciones de lo que están estudiando con la realidad, con sus intereses;
-          enseñarles a trasladar sus fortalezas en aquellas cosas que hacen bien (pueden ser materias que les vayan bien, deportes u otras aficiones que no sean académicas) a las áreas en las que no tienen los resultados que desean;
-          crear una playlist de canciones que motiven o relajen según la situación (no para estudiar sino antes o después);
-          sugerir la meditación o la reflexión íntima del estudiante para favorecer la consciencia y el conocimiento de sus propias metas, de los obstáculos y cómo salvarlos;
-          crear momentos para compartir con ellos y para que ellos compartan con sus amistades;
-          promover la práctica de ejercicio físico y baile;
-          contarles cuentos, historias de personas que les puedan resultar motivadoras o invitarles a que investiguen a aquellos a los que ellos admiran;
-          hacerles reír y reírse con ellos…
Cualquier cosa que conduzca a salir del bucle de negatividad para entrar en el bucle prodigioso del que habla José Antonio Marina porque todos somos capaces de hacer maravillas.

¿Qué más se os ocurre?