MI HIJO PUEDE, PERO NO QUIERE
He vuelto a escuchar a una madre pronunciar estas palabras
al respecto de la trayectoria académica de su hijo, que no es buena y tiene muy
preocupados a los padres: “Mi hijo puede,
pero no quiere”. Sin embargo, esta vez he recordado rápidamente el curso
sobre Inteligencia Emocional al que he asistido recientemente a cargo de Mar
Romera —una gran “seño” para sus alumnos, seguro, y para todo aquel que quiera
escucharla porque es muy inspiradora— y he cambiado los consejos que suelo dar.
En estos casos, solemos recomendar a los padres que hablen
con sus hijos para establecer una planificación. Al principio aquellos pueden
supervisar que se cumpla, acompañar a los hijos o echarles una mano si ven que
lo pueden necesitar. Se ha de valorar positivamente tanto el esfuerzo como
cualquier buen resultado que consiga para mantener la motivación. Además, se
pueden ofrecer pequeñas recompensas a muy corto plazo con tareas muy concretas
para que la motivación de logro sea tangible. Sigo pensando que estas
actuaciones son adecuadas, pero es cierto que en muchas ocasiones es difícil
mantener el esfuerzo y los estudiantes vuelven a la situación previa.
En este caso, las palabras de Mar Romera nos recuerdan que
el cerebro del alumno se puede encontrar bloqueado por emociones o sentimientos
negativos (miedo, rabia, culpa, tristeza) que lo sitúan lejos de una plataforma
que favorezca el aprendizaje. Los alumnos saben lo que hay que hacer; por eso,
cuando les damos una “charla” responden perfectamente e, incluso, se
comprometen a hacerlo. No obstante, su estado emocional no les permite cumplir.
Estas sensaciones negativas pueden tener causas muy diversas,
y no vamos a entrar en cuáles pueden ser. Lo que conviene es conseguir cambiar
de plataforma emocional al alumno para que se sitúe en la que sí le va a
permitir trabajar y aprender. Esa plataforma ha de nutrirse de las siguientes
emociones (R. Aguado):
-
curiosidad,
que provoca la investigación;
-
la seguridad,
control;
-
admiración,
la cual genera imitación;
-
alegría,
favorece la permanencia y la constancia.
Y, ¿cómo provocamos estas emociones para que nuestros hijos
o alumnos se trasladen a esta plataforma positiva? Hemos de ser creativos,
comprensivos y pacientes, a la vez que seguros y confiados de las posibilidades
de nuestros chicos. Las soluciones pasan, por poner algunos ejemplos:
-
mostrarles las relaciones de lo que están
estudiando con la realidad, con sus intereses;
-
enseñarles a trasladar sus fortalezas en
aquellas cosas que hacen bien (pueden ser materias que les vayan bien, deportes
u otras aficiones que no sean académicas) a las áreas en las que no tienen los
resultados que desean;
-
crear una playlist de canciones que motiven o
relajen según la situación (no para estudiar sino antes o después);
-
sugerir la meditación o la reflexión íntima del
estudiante para favorecer la consciencia y el conocimiento de sus propias metas,
de los obstáculos y cómo salvarlos;
-
crear momentos para compartir con ellos y para que
ellos compartan con sus amistades;
-
promover la práctica de ejercicio físico y
baile;
-
contarles cuentos, historias de personas que les
puedan resultar motivadoras o invitarles a que investiguen a aquellos a los que
ellos admiran;
-
hacerles reír y reírse con ellos…
Cualquier cosa que conduzca a salir del bucle de negatividad
para entrar en el bucle prodigioso del que habla José Antonio Marina porque
todos somos capaces de hacer maravillas.
¿Qué más se os ocurre?
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